Y me sentí como Madame Bovary; así de juzgada, así de insumisa.
Imagino que todas –tod@s, si se prefiere- consciente o inconscientemente queremos ser Madame Bovary. Por unos tachada de heroína, por otros tantos de imoral, de mal ejemplo, pero al fin, saliéndose con la suya (ejem, "ajá"). ¿Quién no quiere salirse con la suya... siempre?
Eso de vivir conforme a lecturas -parámetros deseables, muchas veces inalcanzables- puede aportar un dejo de insatisfacción.
Y sin embargo vivir sin esos estándares es como pasar por vestíbulo sin rincones secretos, sin pasadizos ocultos. Seguro, eso es incuestionable, pero insípido.
Pocas veces he dicho, “es que quiero vivir como fulano, sultana, perengana de tal o cual obra”. Mucho más lo he pensado.
Pendiente el vestido blanco vomitado de la cosa negra más asquerosa antes vista.
¿Cómo ser superior a las cobardías aplastantes sin morir en el intento?
Que la tristeza es un vicio es una verdad absoluta (absolute truths are underrated; aunque haya gente que diga que son bien siglo XX).
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Me caen mal los que hablan de una “escritura femenina” y una “escritura “masculina”. "Escribes como hombre/mujer". Adolecen de argumentos. Reto a quien defienda que sí existe esa diferencia a que me convenza. Y, no, no basta con que digan que es porque tocan tal o cual tema; como cuando dicen que porque escribe de menstruación o de maternidad…