20070203

livin' la vida loca

PRESENTISMO LABORAL, en “Patologías urbanas” de Javier Castañeda

El tiempo es oro, reza una expresión popular con cuyo significado, a priori, prácticamente todo el mundo estaría de acuerdo. Pero nadie habla de qué ocurre cuando el oro no está en lingotes y por tanto la ecuación no es tan exacta. Cuando la relación entre el tiempo que se da y el dinero que se percibe a cambio no es un intercambio predecible y relativamente ecuánime para ambas partes, sino que se ve influida por otros factores, el cuento puede cambiar mucho. Ya no estamos ante una veta principal de la mina, sino que, hay que invertir muchas horas de criba para extraer unas pepitas o apenas algo de oro en polvo.

Perdón por tan extensa metáfora, pero creo que refleja a la perfección uno de los problemas con los que actualmente tropieza el individuo, y que a la sazón, es la parte de su vida que más horas ocupa: el trabajo. Atrás han quedado aquellas míticas propuestas del "3x8"; aquellos tiempos donde el día se dividía teóricamente a partes iguales entre horas de sueño o descanso (8), horas de trabajo (8) y tiempo libre (8). Probablemente, si preguntamos a las personas de cualquier ciudad cómo reparten su tiempo, muchos responderán que la mayoría de su tiempo lo absorbe el trabajo. Y aunque no todos tengan la suerte de dormir 8 horas, probablemente sientan que la parte mermada no ha sido la de las horas de sueño, sino la del resto del tiempo, que supuestamente era para vivir.

Obviamente el modelo fordtaylorista se ha visto ampliamente superado con la aparición de los nuevos modelos de estructura social –que van de la mano de fenómenos como la globalización o la llegada de las tecnologías de la información, que intentan ganarse a pulso un lugar para poder decir que vivimos en la Sociedad de la Información y el Conocimiento. Menudo titulillo: ahí es nada. Pero incluso dando un voto de confianza al devenir de los tiempos y admitiendo "Sociedad de la información" como el modelo que poco a poco cobra forma en las ciudades desarrolladas, se aprecia perfectamente cómo la rígida ecuación del "8x3" ha saltado por los aires, para dejar paso a la flexible y flamante "24/7". Abierto 24 horas, 7 días a la semana.

Pero claro, para que todo funcione tantas horas y poder aprovechar todos los privilegios que la tecnología ofrece, o se triplican los turnos de personal o alguien tiene que aumentar el tiempo de dedicación al trabajo. Y aquí es donde comienzan a no salir las cuentas, pues la ecuación no se resuelve por un mero cómputo de horas físicas. Hoy día el trabajo es mucho más que un mero intercambio de tiempo por dinero. Es además un símbolo de estatus y de autoestima; un motivo a veces de satisfacciones, pero también de constante de estrés y ansiedad; un problema de oferta y demanda cada día más polarizadas entre trabajos de elite y trabajos-basura; de inclusión y exclusión; etc. Un tiempo al que hay que añadir el que se invierte en ir y volver, el que pasamos hablando del trabajo, preocupados por el trabajo, etc. Si atendemos al feroz modo en que condiciona el resto de nuestro mermado universo, casi podría decirse que es el epígrafe central de nuestras vidas; aunque sea por el número de horas que ocupa.

Curiosamente, en este tema estamos en las antípodas de las recomendaciones europeas: aquí el jefe ha de ver a los empleados todo el rato y salir tarde está muy bien visto. Por el contrario, salir a la hora que corresponde es directamente interpretado por muchos como signo inequívoco de desinterés, desmotivación, irresponsabilidad, o cosas peores. Teóricamente debería ser al revés y cumplir con las tareas en el tiempo establecido debería ser lo normal. E incluso estar bien visto, ya que pasar más tiempo en el trabajo implica simplemente eso, restar horas al resto de la vida. España se lleva la palma en horas invertidas en los centros de trabajo –lo que en ningún caso significa mayor rendimiento, beneficios o productividad. Eso por no hablar del teletrabajo, que en la mayoría de las empresas aún se concibe como algo extraño. Eso sí, luego escuchamos hasta la saciedad hablar de conciliación entre vida familiar y profesional; pero mientras el "presentismo laboral" siga grabado a fuego, tanto en la piel de los empresarios y empleadores, como en la de los trabajadores, no habrá forma de conciliar nada.

Parece que algunas personas han llegado a tal punto de obsesión por estar en el trabajo que, curiosamente, este síndrome opera al revés y los empleados "se ausentan": no rinden, no pueden concentrarse, se pasan horas chateando por Internet o simplemente pierden el tiempo en lugar de cumplir con sus tareas. Quizá haya llegado la hora, según comentaba Sara Moreno, investigadora de la UAB y coautora del informe 'Tiempo de trabajo' el otro día en un programa de radio, de replantearse y modificar la cultura del trabajo en torno a parámetros más abiertos, que concuerden con los términos reales de nuestros días. Aunque cambiar siglos de inercia no es fácil, si realmente se quiere conciliar la vida con el trabajo, mucha gente, incluidos los trabajadores, deberán cambiar su actitud y mentalidad para intentar modificar los viejos esquemas. La cultura empresarial debe abandonar la losa del presentismo heredado de épocas pasadas y reinventarse según esquemas más acordes con los nuevos tiempos. Si no, mal que nos pese y por mucho que hablemos de cambio, nada habrá cambiado.

+

Qué barbaridad. Ya hemos planteado/pensado/hablado esto.
Se los dejo; muchos de ustedes recién entrados al mundo laboral, al mundo del corre-ve-trabajo-duermepoco; al mundo del “tanto vales, tanto tienes”.
yo prefiero vivir la vida loca.
no sé ustedes.

 

2 Comentarios:

Blogger Long Distance Caller dijo...

Qué muera el trabajo! Regrésenme la vida.

20:45  
Blogger MA dijo...

No estaría nada mal eso de dividir en 3, 8 horas de trabajo, ocho de sueño y 8 de hacer realidad los sueños. Y mejor sería que las 8 de trabajo, fueran de tele trabajo. Desde nuestra cómoda casita.

01:17  

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